sábado, 17 de marzo de 2007

El camino de los Ingleses

En el centro de nuestras vidas hubo un verano. Un poeta que no escribió ningún verso, una piscina desde cuyo trampolín saltaba un enano con ojos de terciopelo y un hombre al que una noche se llevaron las nubes. Los días cayeron sobre nosotros como árboles cansados.

Ésta es la historia de Miguel Dávila y de su riñón derecho.Y también es la historia de mucha otra gente, de la Señorita del Casco Cartaginés, de Amadeo Nunni el Babirusa o de Paco Frontón y aquel coche de color fresa y nata en el que se paseaba cuando su padre estaba en la cárcel. Y también es mi propia historia. Al recordar aquel tiempo voy resucitando una parte de mí mismo. Como un viejo paisajista que al pintar los ríos, las hojas de los árboles y el azul de las montañas que tienen frente a él estuviese dibujando el contorno de sus ojos, el trazo sinuoso que el tiempo ha dejado en las arrugas de su piel. Su autorretrato.

No sé de qué fotografía, de todas las que nos han hecho a lo largo de la vida, sería la que acabaría por definirnos. La que por encima del tiempo diría quiénes hemos sido verdaderamente. Pero si sé que el verano en el que ocurrió la historia de Miguel Dávila es la foto que define lo que fue el germen, la verdadera esencia de nuestras vidas.

El camino de los Ingleses, Antonio Soler.

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